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[Pasaje de un diario que habla sobre diversos artefactos ocultistas]

Dicen que mi madre era bruja, pero la verdad -como es habitual- depende del punto de vista y de tu posición en el mundo. Utilizaba venenos hechos con hierbas exóticas y con peces globo que viven en los arrecifes cercanos a Pandyssia. Su poder provenía de alucinógenos administrados con astucia o por la fuerza a quienes se cruzaban en su camino. Cierto es que su mirada tenía una intensidad inusual, pero esta provenía del interior, no del Forastero. Es lo que le sucede a cualquiera que se ha visto empujado al límite absoluto de la cordura y de la supervivencia, que permanece años en ese estado y luego vuelve a caminar entre el rebaño, en lo que nosotros llamamos "sociedad". Mi madre era habilidosa, pero nunca vi nada que no fueran polvos, cuchillos ocultos o artimañas.

Tal y como cuentan a los niños, los que realmente han sido tocados por el cabrón de ojos negros pueden surcar el espacio entre los tejados como un gorrión. Otros controlan ejércitos de ratas o de moscas venenosas con la misma facilidad con la que mueven los dedos de una mano. Los decanos hacen bien en temernos, en prevenir a la gente corriente para que no se aleje de su casa y de su familia por la noche.

Pero hay otras maneras en las que Su influencia se manifiesta. Los que me sirven comparten parte de lo que puedo hacer, y sospecho que el aquelarre de Delilah Copperspoon funciona igual. Luego están los que saben fabricar runas y talismanes. Esa vieja del otro lado de la ciudad -la llaman "doña andrajos"- talla y pule huesos de ballena, los engarza y los abre al Vacío hasta que gimen como un enfermo febril en una noche gélida. He encontrado unos cuantos talismanes suyos y, cada vez que toco uno, una parte minúscula de mí parte rumbo hacia ella. ¿Qué gana a cambio? ¿Una vida más larga? ¿Algún otro poder que no entiendo? La fabricación de esos objetos se me escapa.

A lo largo de mi vida, he encontrado a cuatro personas que llevaban la marca del Forastero, pero he conocido a muchos más deseosos de obtenerla, capaces de meterse por la noche en lagunas estancadas o de suplicar en cementerios azotados por el viento. Gente que destripa animales de granja o que quema carne humana pensando que eso atraería al Vacío. Una vez conocí a un moribundo que había pasado años acumulando runas y talismanes. Los aplastó hasta convertirlos en polvo, hizo una pasta y se la tragó, pensando que absorbería su magia. Su muerte fue lenta y dolorosa. También conocí a una mujer de Karnaca que comerciaba con talismanes y trozos de hueso de ballena. Los hacía trozos, volvía a soldarlos y luego los vendía. Compré uno de estos talismanes corrompidos porque juró que haría que el metal afilado se rompiera al contacto con mi piel, y funcionó. Pero, cada vez que lo hacía, uno de mis dientes ennegrecía y se caía. A la tercera, se lo di a uno de mis hombres. Ahora, cuando sonríe, sus encías no son más que una masa sanguinolenta. Me pregunto si alguna otra parte de su cuerpo se estará poniendo negra.

A veces me pregunto si sería un hombre temible sin estos regalos. ¿Me llamarían el puñal de Dunwall y susurrarían mi nombre en mercados y callejones, en altas torres y en salas de dibujo? Me gustaría pensar que sí pero, en realidad, no importa. Mientras lleve esta marca, usaré cualquier método a mi alcance para imponer mi voluntad al mundo. Lo más difícil es deshacer lo que he hecho.

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