[Pasaje de una obra más extensa sobre el movimiento de las esferas, de Anton Sokolov]
Una vez alzado el telón, se hace evidente que vivimos en un mundo a la deriva en un mar de inhóspito caos, una terrible vorágine en la que todos los cuerpos celestes orbitan en torno a un núcleo devorador. Aunque el viaje podría llevar muchos miles de vidas, todos los objetos cósmicos acaban por verse arrastrados hasta este hambriento nexo, donde cesarán por siempre de existir.
Aunque las mueven remolinos en el medio celeste, las estrellas ofrecen puntos de referencia que sirven como guía en la por lo demás peligrosa oscuridad. Nuestro propio Sol mantiene a sus planetas cercanos en nuestro inexorable rumbo hacia el olvido, dándonos vida y calor hasta el fin.