Octava entrada
Es el cuarto día del mes de la lluvia. Morris está enfermo, los niños también. Yo me he librado de momento, lo que es una suerte, puesto que no hay nadie más que pueda cuidar de ellos.
Novena entrada
La Guardia viene y va, llamando a las puertas y preguntando por indicios de la peste. No me puedo fiar ni de nuestros vecinos. Antes, costaba evitar que los niños hicieran mucho alboroto. Ahora se pasan la mayor parte del tiempo durmiendo.
Décima entrada
No hay manera de espantar a las moscas. Intento mantenerlas apartadas, pero apenas consigo acercarme, pican demasiado. La mayor parte del tiempo, Morris ni siquiera me responde cuando intento hablar con él desde el otro lado de la habitación.
Undécima entrada
Morris ha muerto. No sé que voy a hacer. Ahora, todas mis esperanzas se centran en los niños. Salí del piso un rato, casi al amanecer, y encontré unas bolsas para los muertos por la peste en una garita de la Guardia, cuando no había nadie cerca. Me costó un buen rato, pero logré meter a Morris en una de las bolsas. Al menos, tiene la cara tapada.
Duodécima entrada
El pequeño Robert ha fallecido. He perdido al lucero de mi cielo.
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Decimoséptima entrada
Elise dejó de respirar en mitad de la noche. Era una niña tan testaruda que cuestra creer que se viera superada. Siempre andaba cerca, mientras yo cortaba el pescado o las verduras, llevándome la contraria en todo.
Decimoctava entrada
Es el cuarto día del mes del viento. Ya me he hecho a la idea de que los he perdido, a todos. No consigo reunir el ánimo suficiente para llamar al censador de muertos.
Decimonovena entrada
He cogido fiebre. Ya no se acerca ningún guarda por aquí.